El asunto de las llamadas ciudades inteligentes (o smartcities en neolengua) me deja la impresión de que la distopía nos ha alcanzado. Ciudades inteligentes para seres idiotizados que admiten la invasión el espacio público en beneficio de negocios corporativos y del control social.
Sin mucho alboroto se ha implantado un régimen asfixiante, con esclavos voluntarios cargando en los bolsillos dispositivos de rastreo. Sin duda, la quinta generación de internet es de mayor nocividad que las anteriores; más alienante y mucho más totalitaria. La red de dominación tecnológica es punta de lanza de un sistema de poder que perpetúa las opresiones.